martes, 5 de octubre de 2010

ultramarinos Zoilo en la Opinion de Málaga

Ultramarinos y calidad humana

El sevillano Zoilo Montero llegó a Málaga siendo un chiquillo para empezar a repartir comestibles en bici


En el centro Zoilo Montero Álvarez, en su tienda de ultramarinos  acompañado por Israel Fuentes (izquierda) y Yeray León.
En el centro Zoilo Montero Álvarez, en su tienda de ultramarinos acompañado por Israel Fuentes (izquierda) y Yeray León. Carlos Criado

ALFONSO VÁZQUEZ. MÁLAGA
A Zoilo Montero Álvarez la vocación por los ultramarinos y el contacto siempre atento con el público le vino de su tío Antonio Álvarez. «Tenía una tienda muy buena en Pedregalejo, frente a los Baños del Carmen y a los 14 años dejé mi pueblo para irme a trabajar con él», recuerda.
El pueblo de Zoilo es Herrera, en Sevilla, donde nació en 1935. De padre talador (Pedro) a quien nunca le faltó trabajo en esas tierras entre Sevilla y Córdoba y con una madre (Carmen) que él recuerda «muy formal y extraordinaria», el joven marcha a Málaga nada comenzar los años 50 y su primera impresión, al ver el Morlaco y el mar azul, fue increíble. «A mí me encantó, y en aquella época estaba las verbenas blanca y negra de los Baños del Carmen y el concurso de saltos hípicos», recuerda.
También le hizo ilusión en esos primeros tiempos compartir el trabajo en la tienda con su hermano Manolo y vivir en una casa enorme de Pedregalejo que todavía sigue en pie. Su tío, por cierto, había sido socio del Pedregalejo Cinema, el primer cine del barrio.
En cuanto a su trabajo en la tienda, recuerda el reparto de los comestibles. «Hacíamos el servicio a domicilio en bicicleta».
Un par de años más tarde, hacia 1952, su tío Antonio deja el negocio y monta una confitería en la calle Ollerías, mientras se turna con su hermano para trabajar los domingos, pero el resto del tiempo su trabajo estaba en una tienda de ultramarinos de la calle Granada, conocida desde antes de la guerra como Florido, a cargo de otro tío, Isidoro Álvarez, hermano del anterior, así que pasó a llamarse Ultramarinos Álvarez.
El nombre de Zoilo no llegó hasta que el joven sevillano no regresó de la mili. «Vino uno que quería traspasarla y me dije, para eso me la quedo yo».
Las ganas de seguir con el negocio también se vieron reforzadas porque había conocido a Mari Carmen Rodríguez, su futura mujer, que tenía al lado un despacho de huevos de gran éxito en Málaga. «Vendía más que yo», ríe Zoilo, además de destacar que tenía «mucha sensibilidad y le gustaba mucho el trato con el público».
En esos tiempos vivía mucha gente en los alrededores de la calle Granada, incluso en calles como Tomás de Cózar. La tienda empezó como es lógico con las cartillas de racionamiento, «después había clientes que pagaban por semanas o por meses porque es como estaba la vida». Y por supuesto, mucha mercancía a granel: fideos, garbanzos... «Ahora todo es empaquetado y hemos salido ganando», señala.
También ha cambiado el tipo de comestible: «Antes se vendía más la sal, el chorizo, el tocino y la malta tostada para hacer café, a 25 céntimos, porque el café se vendía menos», ríe. En la actualidad, además de todo tipo de embutidos, no hay día que no se venda una botella de vino, «cuando antes el vino tinto se vendía de higos a brevas».
Zoilo echa de menos el público fijo del barrio pero también es optimista y resalta el cambio a mejor que ha tenido esta parte del Centro Histórico, sobre todo tras la llegada del Museo Picasso.
Aunque podía jubilarse, este afable sevillano, a quien nunca le faltan una palabra amable y una sonrisa, confiesa que le puede el estar en contacto con los clientes, y así echa una mano a su hija Luisa, una economista que decidió seguir con el negocio familiar.
Aunque el negocio de su vida, fue buscar mejores horizontes en Málaga, hace ya casi 60 años y descubrir, mientras formaba una gran familia, su vocación por un comercio de calidad y muy humano.

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